Cuando hablan mal de mí -y todo sin fundamento- es por causa de las mentiras vertidas gratuitamente y en impunidad en internet y en ocasiones también por haber confiado en personas de apellidos de renombre pero que ya no son garantía de nada. Las personas se movilizan dependiendo de la información que reciben, sin saber que muchas veces esta información está contaminada por culpa de estos mentirosos compulsivos.
Se debería penalizar a todos los que no dicen la verdad y la ultrajan, porque, además de injustos, se esconden y camuflan en «la guarida de los mentirosos cobardes anónimos» que se ubican en las redes sociales.
Pero ante estas situaciones también he aprendido que debemos pasar indefectiblemente por fracasos, pruebas y humillaciones. Es ordinaria Providencia. Descubrí que si bien Dios nos podría ahorrar estas contradicciones también me sirven para convencerme de mi radical impotencia y me pueden ayudar para realizar el bien que sí debo hacer.
Los que me han calumniado me han dado la oportunidad de obtener el “Testimonio de la Esperanza” para un meeting de la humanidad. Ellos se desacreditan por sí solos y sus mentiras cobardes finalmente no podrán triunfar ni prevalecer.
Sí, he pasado por la cárcel, precisamente por decir siempre la verdad y actuar éticamente -aunque parezca una paradoja- y otros, los falsarios, no entraron en ella. Pero esta providencial experiencia me ha ayudado a conocer más de cerca el interior de mi conciencia, donde está ubicado el santuario de Dios, y me ha enseñado a perdonar, porque si no lo haces es difícil convivir en paz contigo mismo y con los demás.